Agresividad




Desde el punto de vista psicobiológico, es muy compleja y discutida la definición de agresión humana y animal así como la diferenciación entre violencia, agresión y agresividad (Martin, 2000), por ello nosotros consideraremos violencia y agresión como términos sinónimos que designan una misma realidad, por lo que nos limitaremos a fijar el sentido de la palabra violencia.



El concepto de violencia puede tener diferentes niveles de generalización y abstracción: 

1. En su forma más abstracta violencia significa la potencia o el ímpetu de las acciones físicas o espirituales. Así, la violencia de una explosión atómica indica la intensidad de las fuerzas físicas liberadas en este fenómeno y la violencia de una pasión indica, de manera similar, la vehemencia con que una persona se apresta a conseguir aquello que desea.

2. En un sentido más concreto, la violencia puede ser definida como la fuerza que se hace a alguna cosa o persona para sacarla de su estado, modo o situación natural. Si se admite, como así lo hacemos nosotros, que todo ser tiene una naturaleza propia, entonces debemos admitir que la persona tiene también una “esencia humana” a la que deben ajustarse sus comportamientos individuales o sociales.

Sobre la línea de este supuesto debemos entonces calificar como violencia todo acto que atente contra esta naturaleza esencial del hombre y que le impida realizar su verdadero destino, esto es, lograr la plena humanidad.

Así, la institución de la esclavitud en la cultura grecorromana era una institución violenta ya que impedía al esclavo el acceso a la libertad jurídico-política, libertad que constituye uno de los componentes fundamentales de la naturaleza ideal del ser personal.

3. Por último, en un nivel semántico más preciso y restringido, violencia es la acción o el comportamiento manifiesto que aniquila la vida de una persona o de un grupo de personas o que pone en grave peligro su existencia.

Violencia es, por tanto, agresión destructiva e implica imposición de daños físicos a personas o a objetos de su propiedad en cuanto que tales objetos son medios de vida para las personas agredidas o símbolos de ellas.




Agresividad. Potencial agresivo


La violencia destructiva o la agresión aniquiladora  contra la vida y los bienes de una persona o de un colectivo humano son comportamientos manifiestos de la conducta humana. A diferencia de ello, la “agresividad” es un concepto que se refiere a una “variable interviniente” e indica la actitud o inclinación que siente una persona o un colectivo humano a realizar actos violentos; en cuanto tal puede también hablarse de “potencial agresivo” de esa persona o de esa colectividad.







Las hormonas esteroideas, como la testosterona, influyen en la conducta agresiva, al menos en los modelos de animales de experimentación, así se ha demostrado que la presencia de andrógenos prenatalmente es crucial en el desarrollo de comportamientos agresivos en diversas especies, que van desde los peces a las aves y primates no humanos (Floody y Pfaff, 1972).

Con la excepción de la agresión defensiva y predatoria, muchos casos de la conducta agresiva están de alguna manera relacionados con la reproducción. Por ejemplo, los machos de algunas especies establecen territorios que atraen a las hembras durante la estación del apareamiento.

Para hacerlo, tienen que defender esos territorios contra las intrusiones de otros machos. Incluso en especies en las cuales el apareamiento no depende del establecimiento de un territorio, los machos deben competir por el acceso a las hembras, lo que conlleva también conducta agresiva. las hembras, a su vez compiten con frecuencia con otras hembras por el espacio en el cual construir los nidos o las madrigueras donde criar a su prole, y defienden a sus crías contra la intrusión de otros animales, la mayoría de las conductas reproductoras están controladas por los efectos organizadores y activadores de las hormonas; de este modo, no debe sorprendernos el que las hormonas afecten a muchas formas de conducta agresiva, como el apareamiento.







Bases neurobiológicas de la sociopatia adquirida o pseudopsicopatía



Si bien con la estimulación del sistema limbico, en especial de la amígdala, se han descrito reacciones de agresividad inmotivadas e incontrolables son las lesiones del córtex prefrontal, en especial de las áreas medial y orbitofrontal, las que con mayor frecuencia se han asociado a conductas agresivas. De esta manera en un estudio realizado en una muestra de 31 sujetos condenados por asesinato, en 20 de ellos se objetivaron signos de disfunción frontal. Del mismo modo en el estudio realizado por Grafman y cols. En supervivientes de la guerra del Vietman, los pacientes con daño cerebral frontal presentaban conductas significativamente más agresivas que aquellos con lesiones localizadas en otras áreas cerebrales. Los modelos neurocognitivos que explicarían la agresividad o la pseudopsicopatía adquirida serían los siguientes:

a. Hipótesis del marcador somático. Desarrollada por Damasio y cols. (4) al observar pacientes con daño cerebral frontal que presentaban graves dificultades en su funcionamiento cotidiano que no podían ser explicados por alteraciones en las funciones intelectuales. El autor argumenta que el razonamiento de las personas con lesiones frontales o en las conexiones orbitofrontales con la amígdala y el hipotálamo. Estos sujetos no están influidos, ni consciente ni inconscientemente, por las respuestas emocionales con sus estados somáticos positivos o negativos. Privados de estos inputs emocionales que nos guían a seleccionar la conducta a seguir, la conducta social y personal puede ser inadecuada y deficiente.

b. Modificación de la conducta a través de respuesta social. Las personas con lesiones orbitofrontales, en especial derechas, presentan una incapacidad tanto para producir como para percibir las expresiones faciales (alegría, tristeza, miedo, rabia, malestar y sorpresa).




Estas personas no pueden comportarse de manera eficaz en un nuestro mundo altamente sociable sin ser capaces de reconocer las emociones de los demás y por lo tanto de comprender sus sentimientos (teoría de la mente). Este modelo se correspondería en los psicópatas primarios al concepto acuñado por Cleckley de "afasia semántica", como la incapacidad innata para entender y expresar el significado de experiencias emocionales. Estos sujetos incapaces de entender el sufrimiento que provoca su conducta, no desarrollan conciencia y, por lo tanto carecen de empatía




Bases neurobiológicas del trastorno antisocial de la personalidad (TAP)


Uno de los estudios más relevante en este campo es el realizado por Raine y cols.  en un grupo de 21 sujetos con TAP con tres grupos de sujetos (normales, adictos a sustancias tóxicas y pacientes psiquiátricos) valorando el volumen del córtex prefrontal mediante resonancia nuclear magnética. En este estudio se constato una reducción del 11% de los sujetos con TAP respecto los controles y un 13,9 % respecto los pacientes con abuso de sustancias. Estas diferencias no se explicaron por ninguna otra variable psicosocial; sin embargo aunque los resultados son muy interesantes no se estudian separadamente las distintas áreas de la corteza prefrontal. Este hallazgo de disfunción estructural del córtex prefrontal concuerda con otros estudios realizados con técnicas de neuroimagen funcional (tomografía de emisión de positrones) que han detectado una hipofuncionalidad en la corteza prefrontal de asesinos convictos en comparación de controles (Raine y cols, citados por Brower).





Muy interesante resulta un hallazgo posterior consistente en que dentro de esta muestra de estudio solo los sujetos con antecedentes de deprivación psicosocial tienen una perfusión frontal significativamente menor que los sujetos de la muestra control. Este resultado apoya la hipótesis que la deprivación social precoz en periodos críticos para el desarrollo cerebral puede producir defectos estructurales en el SNC. Otro hallazgo del mismo estudio encuentra solamente diferencias en los asesinos calificados por los forenses como más afectivos e impulsivos en contraposición de aquellos que cometen el delito de una forma más planificada; este hallazgo nos indica la prudencia con la cual debemos acoger estos hallazgos debido a la complejidad de las metodologías utilizadas y la heterogeniedad de la conducta antisocial.

Constitución



En la misma investigación realizada por Raine y cols. constataron una menor activación psicofisiológica (sólo en la respuesta electrodérmica; no en la comparación de la frecuencia del ritmo cardíaco) de forma significativa durante una prueba estresante (comentar en publico sus delitos durante una sesión filmada en vídeo) en los pacientes con TAP; esta respuesta del sistema nervioso aplanada es coincidente con múltiples estudios publicados que han puesto de relieve este tipo de respuesta en los sujetos con TAP ante las situaciones de peligro o de riesgo vital. Al ser incapaces de abordar una situación potencialmente peligrosa calibrando su propio miedo se comportan de forma violenta, independientemente del riesgo, un comportamiento que finalmente se convierte en un estilo de vida. La ausencia de activación del sistema nervioso autónomo llevaría por lo tanto a un deficiente aprendizaje mediante condicionamiento operante durante la infancia y a una predisposición a la conducta antisocial durante la adolescencia y vida adulta.




Genes y conducta


Los estudios comparativos entre pares de mellizos y gemelos y los estudios de adopción han constatado la heredabilidad de la predisposición a cometer actos delictivos.

Muy interesante resultan los estudios realizados mediante técnicas de ingeniería genética produciendo en ratones una ablación del gen del receptor 1B de serotonina mediante un procesode deleción dirigida. Cuando se aíslan estos ratones durante cuatro semanas y después se les expone a un ratón natural, son mucho más agresivos que estos en condiciones similares. Muestran además de una singular ferocidad durante el conflicto social, una elevada impulsividad y muy poco temor o aprensión ante el peligro comportándose como si carecieran de los mecanismos necesarios que permiten la inhibición de los impulsos.

Estos resultados apoyan la actividad de la serotonina como factor biológico importante para determinar el umbral de la violencia; no obstante como sucede con las estructuras cerebrales también en este caso convergen factores genéticos y ambientales (Jiménez-Llort L, citados por Tobeña A). En este sentido se piensa que una serie de agentes sociales desfavorables, como el maltrato social o sexual en la niñez, disminuyen los niveles de serotonina cerebral.





Sin embargo, la relación entre los niveles de serotonina y agresión en los seres humanos no es tan sencilla. En un famoso estudio genético de una familia holandesa con catorce varones con antecedentes de haber provocado graves delitos (incendios provocados, violaciones e intentos de homicidio), dio como resultado la detección de una mutación en el gen codificador de la monoaminooxidasa A (MAO-A), una de las enzimas principales del metabolismo de las monoaminas (serotonina, noradrenalina y dopamina). La mutación provocaba aparentemente unaumento de los niveles de serotonina; sin embargo, las personas afectadas mostraban un aumento de la impulsividad. No obstante una actividad baja de la enzima MAO se ha demostrado en sujetos con impulsividad, escasa capacidad de autocontrol o individuos buscadores de sensaciones.

Otro estudio que involucra la enzima MAO donde se obtuvieron unos hallazgos muy relevantes de las relaciones genética-ambiente consistió en la valoración longitudinal de una muestra amplia de niños varones neocelandeses (12). La hipótesis de trabajo consistía en que el abandono o los malos tratos durante la infancia constituyen un factor de riesgo para la violencia en la juventud y edad adulta. Al comparar la interacción de los antecedentes de malos tratos y la actividad MAO se obtuvieron datos muy interesantes: la influencia de los malos tratos confirmados sólo se ponía de manifiesto en individuos con actividad MAO baja, mientras que la MAO alta protegía contra los efectos consecutivos al maltrato infantil.




Hormonas y neurotransmisores

En cuanto a las hormonas destaca la combinación de testosterona alta y cortisol bajo objetivada de forma repetida en varones agresivos; aspecto que también se ha contrastado recientemente en mujeres adolescentes con tendencia a la conducta antisocial. Los efectos de la testosterona sobre la agresividad también ha sido puesta de relieve en las personas que se dopan con esteroides androgénicos.



Respecto los neurotransmisores, la complejidad del sistema nervioso central hace que no sea posible establecer una relación clara entre los niveles o disponibilidad de un neurotransmisor y la aparición de conducta agresiva. Dentro de estas limitaciones en estudios tanto empleando modelos animales como en humanos se ha puesto en evidencia la aparición de conducta agresiva con una disminución de la actividad de las neuronas serotoninérgicas. La implicación de la serotonina como neurotransmisor inhibidor o atenuador de la conducta agresiva es uno de los datos más contrastados de la neurobiología en esta área.






BIBLIOGRAFÍA:



BASES NEUROBIOLÓGICAS DE LA AGRESIVIDAD. C, Pelegrín; * Javier Tirapu Ustarroz **.
* FEA de Psiquiatría del Hospital Universitario "Miguel Servet" (Zaragoza) ** Neuropsicólogo. Clínica Ubarmín. Elcano (Navarra)


anales de psicología 2002, vol. 18, nº 2 (diciembre), 293-303 © Copyright 2002: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia Murcia (España). ISSN: 0212-9728 Psicobiología de las conductas agresivas José Antonio Gil-Verona (1), Juan Francisco Pastor (1), Félix De Paz (1), Mercedes Barbosa (1), José Angel Macías (2), María Antonia Maniega (3), Lorena Rami-González (4), Teresa Boget (4), Inés Picornell (5)



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